
El domingo pasado presencio una conversación entre B. y A., dos amigos míos, en el jardín de una casa, junto a la piscina.
La primera, con gracia y cariño, anima al segundo a prepararse con decisión y sacrificio unas oposiciones a profesor de Secundaria. Y, para ello, lo primero que hace es mostrarle una serie de "motivaciones" o "ilusiones" que le lleven a soportar las horas de estudio (interminables en muchas ocasiones) y el encierro entre cuatro paredes (que frecuentemente se asimila a la estancia en una cárcel).
Y yo recuerdo inevitablemente una de mis principales motivaciones (si no la principal) mientras estudiaba mis propias oposiciones: mis futuros y hoy actuales alumnos.
Los rostros de todos ellos, pese a no conocerlos entonces, ya estaban presentes detrás de cada página, de cada desánimo, de cada cansancio u hora de estudio. Como por arte de magia, creía verlos y escucharlos entonces, animándome a seguir y a no desesperar, como si dieran un salto en el tiempo y vinieran a ayudarme, como si me susurraran al oído: "aquí estamos ya, esperando; no te desanimes; lo que hoy son horas de soledad y tedio, en el futuro serán horas de compañía y trato".
Y es cierto: allí estabais ya.
Me alegro de nuestro encuentro presente.