Que mis compañeros, mis alumnos, sus familias y toda la comunidad educativa con la que trabajo ha recibido una dolorosa noticia en las últimas semanas es un hecho evidente y -por desgracia- inevitable. Se trata de un acontecimiento sumamente doloroso que ha sacudido y seguirá sacudiendo poderosamente nuestras vidas y nuestra labor diaria.
Es, por tanto, un hecho que no podemos desdeñar fácilmente, a la ligera, dejándolo pasar sin mayores repercusiones, o que no conviene enterrar en no sabemos qué parte del pasado con argumentaciones o planteamientos pobres y pueriles. Y es que, como sucede con todos los grandes sucesos de la vida personal y comunitaria, de su adecuada reflexión y acogida depende una mejora o empeoramiento de la vida de cada uno.
Yo, personalmente, como afectado directo, y en razón de mi cargo (profesor de un buen puñado de alumnos jóvenes y a menudo necesitados de orientación en la vida), me he propuesto lanzar una serie de reflexiones con las que iluminar -aunque sólo sea un poco- la mirada de todos los que me acompañan en este trance. Y pienso muy especialmente -como siempre- en mis alumnos.
Además, no escribo esto por mero capricho o gusto personal: creo que es un deber y una tarea que irrumpe fuertemente en mi labor educativa. No sólo (ni fundamentalmente) somos profesores de las materias científicas que a cada uno ocupa -en mi caso, la lengua castellana y su literatura-, sino que también somos educadores y formadores en valores esenciales de la persona.
Sin ir más lejos, en el decreto autonómico que rige la Educación Secundaria Obligatoria, al describir los objetivos educativos que se plantean en esta etapa, menciona los dos siguientes:
a) “Adquirir habilidades que les permitan desenvolverse con autonomía en el ámbito familiar y doméstico, así como en los grupos sociales con los que se relacionan, participando con actitudes solidarias, tolerantes y libres de prejuicios” (Decreto 237/2007, capítulo I, artículo 4, apartado “a”).
b) “El fortalecimiento del respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y los valores que preparan al alumnado para asumir una vida responsable en una sociedad libre y democrática, como elementos transversales” (Decreto 237/2007, capítulo II, artículo 5, número 4, apartado “a”).
¿Acaso no es una habilidad aceptar con madurez un drama humano? ¿acaso no son valores esenciales de la persona todos los hábitos e ideas que voy a reflejar en este texto: optimismo, capacidad de juicio crítico, reflexión personal, conocimiento propio, desarrollo de las metas en la vida, etc.?
Por todo ello, y a partir de ahora con un tono más cercano y menos protocolario (pensando en todos y cada uno de mis alumnos), expongo una serie de consejos para encauzar esta situación nueva a la que todos nos enfrentamos.
1. CONDOLENCIA
“Condolerse” es “dolerse con”: sentir un dolor en compañía, compartirlo.
Y es que lo primero que tendríamos que hacer es acompañar y consolar a tantas personas que sufren con todo lo sucedido: familias, amigos, compañeros, profesores, vecinos... Pensar en ellos antes de nada.
Y, para ello, hemos de tener una actitud de serenar a los que nos rodean: dar paz y tranquilidad a cuantos estén afectados por esto. Y ello se consigue de múltiples maneras: acompañando en silencio (que no siempre es necesario ni oportuno hablar), o escuchando al otro, o diciendo unas palabras agradables y adecuadas, ofreciéndonos para cualquier necesidad, dando un paseo, invitando a unas chucherías o refresco, rezando en la soledad del cuarto o de una iglesia, mostrando detalles de afecto (cartas, correos, etc.), inventando algún plan de descanso (deporte, cine, excursiones)...
Cada uno sabrá cómo consolar o ayudar a cada afectado.
2. NO TENER MIEDO
Por otro lado, un hecho así puede producir -y es absolutamente normal y natural- un miedo profundo y nuevo, existencial, motivado por la gravedad del asunto y por la novedad de un hecho que quizás nunca habíamos experimentado tan de cerca.
Esta reacción es espontánea, pero tampoco debemos dejarnos dominar por ella, pues toda reacción natural o instintiva no tiene por qué ser saciada o atendida en el momento.
Un simple ejemplo: en un momento dado, puedo sentir espontáneamente un hambre voraz que me impulsa a comer cuanto antes, pero ello no significa que deba dejar mi ocupación inmediatamente (dar una clase, por ejemplo) para comerme un bocadillo aquí y ahora. Mediante mi razón y mi voluntad puedo serenarme -¡dominarme!- y posponer la comida para un momento adecuado. Lo mismo nos sucede con los sentimientos: no los elegimos, brotan solos, pero hemos de aprender a encauzarlos.
Y es que el miedo es un sentimiento que conlleva más efectos negativos que positivos:
A) nos resta alegría, y aumenta la tristeza hasta cotas muy elevadas, que cansa física y espiritualmente; la sonrisa da nuevos bríos, la tristeza los consume rápidamente;
B) focaliza toda la vida personal en un solo aspecto, perdiendo perspectiva con respecto a todas las cosas estupendas e importantes que también hay en la vida, y haciéndonos perder el auténtico color de nuestra vida; agigantar un solo elemento de nuestra vida (por importante que sea) nos hace desvirtuar la realidad y verla como desfigurada, parcialmente, faltando a la verdad de las cosas;
C) bloquea las habilidades y capacidades que tenemos y que, posiblemente, necesitemos más que nunca; es la experiencia del paseante que, ante un ladrido de perro, nota cómo las piernas se le entumecen cuando más las necesita para huir; la paz -opuesta al miedo o a la inquietud- favorece la capacidad de reacción sensata y madura;
D) nos hace perder una mínima confianza en nosotros mismos para crecer como personas: ante el temor de lo desconocido o de lo que nos inquieta, pensamos que “no seremos capaces de afrontarlo”, llevándonos a una inmovilidad con la que no conseguiremos nada. Quien no arriesga, no gana. No se trata de tener de la presunción del chulo, del que se cree por encima de todos, sino de evitar el bloqueo que la desconfianza total provoca.
Además de todo lo dicho, este tipo de miedo es muy peculiar: brota al descubrir que esta vida tiene unas reglas y que no es un mero juego de niños. Uno descubre que esta vida no es “Bambi”, que no todo es inocente o bueno o bonito. Uno descubre que, si damos pasos en falso, esta vida puede salirnos muy cara: nos puede hacer sufrir muchísimo, vivir experiencias muy negativas... o incluso perder la vida misma.
Se podría decir que es el miedo que surge cuando unos descubre la realidad tal cual es: con toda su belleza y toda su crudeza.
Es por ello que deseo hacer aquí un llamamiento a la responsabilidad de todos: cada paso que damos -grande o pequeño- conlleva o conllevará una serie de efectos, en la propia vida y en la ajena. No podemos actuar a lo loco y de modo irreflexivo.
Pues bien: este conocimiento, este saber las reglas del juego, aunque frecuentemente sea doloroso y nos gustaría omitirlo, es necesario e importante para la propia vida.
Un niño pequeño puede subirse a una moto con una felicidad cándida e ingenua, confiado en que no pasará nada... pero bien saben sus padres que no: que ese juego no es gratuito. Cuanto antes descubra que una moto no es un juego, antes perderá el riesgo de tener un accidente grave.
Por ello, podemos decir que lo más positivo es siempre la realidad: todo cuanto sucede, por extraño, aislado o doloroso que parezca, es normal y, por tanto, hemos de tenerlo en cuenta.
Sucesos como los que nos ocupan han de enseñarnos que esta vida tiene muchos desfiladeros por los que podemos caer, y saberlo nos ayudará a no jugar en su ribera, desafiando innecesariamente al acantilado.
Por ello, es buena reflexión saber que todos somos capaces de lo mejor y lo peor, y esto con la misma fuerza y agresividad que cualquiera de los hombres que han existido, existen y existirán. Ninguno estamos exentos de hacer lo más bello y lo más horripilante: no podemos tener la ingenuidad de pensar que “somos distintos”, porque ningún hombre es distinto al resto; tan sólo estamos en puntos distintos de un mismo camino, algunos más cerca y otros más lejos.
Finalmente, decir que esto sucede (¡gracias a Dios!) para lo bueno y para lo malo: igual que soy capaz de un crimen horrendo -como otros hombres que ya los han cometido-, también yo soy capaz de mejorar mi vida y de hacer cosas estupendas y maravillosas. Cuando la responsabilidad y la capacidad de actuar bien se potencian, los efectos son muy positivos: mejoramos la vida misma y la de los demás.
Volviendo al ejemplo de la moto, ¡cuántos paseos estupendos se pueden dar solo o acompañado! ¡cuántas vistas desde montañas u orillas se pueden disfrutar desde ella! ¡cuántas visitas a amigos puedo hacer, o cuántas ayudas a la familia (la compra por ejemplo)! Sólo hay que conocer las reglas mencionadas, y utilizarlas para lo bueno.
Me interesa sumamente quedarnos con este enfoque positivo y optimista de las reglas de esta vida.
3. EXAMINAR LA PROPIA VIDA
Una vez serenos, habiendo aceptado cómo es la movida de esta vida, es necesario que, con tranquilidad y tiempo (¡¡hay que dedicar muchas horas, poco a poco, a esto!!) examinemos bien cómo va nuestra vida.
Ante un hecho como éste uno puede preguntarse: ¿me sucederá a mí? ¿puede pasarme? ¿estamos muy lejos de ello? Aunque nunca se saben a ciencia cierta las causas que llevan a esto, sí es cierto que uno ha de poner todo lo que está en su mano para reducir los riesgos, es decir, cada uno podemos disminuir el porcentaje de que nos pase. Y uno de los mejores modos que hay es reducir el grado de insatisfacción con la propia vida: estar contento (o razonablemente contento) con uno mismo es garantía de salud física y mental. Y para ello hemos de contabilizar, rentabilizar cómo estamos viviendo.
Cualquiera que tiene un negocio hace contabilidad a final de mes para saber si está ganando o perdiendo dinero: examina las cuentas, las ventas y los productos, detecta los fallos y los aciertos, y se propone el siguiente mes con nuevas perspectivas para ganar más dinero aún. Si retrasara esta operación durante un año, correría el riesgo de perder el negocio por no haberlo estudiado anteriormente, cayendo en los mismos errores -sin darse cuenta- mes tras mes.
Pues bien: ¿qué negocio más importante -como decía un célebre santo del siglo XX- que el de nuestra vida? Sucesos como el que nos ocupa nos hace parar el ritmo de esta vida -las prisas de la vida moderna- y hacer contabilidad de nuestra vida.
Y es que hacer examen de la propia vida (“examen de conciencia” en terminología cristiana) ha de ser una labor cotidiana -nunca puntual o aislada- y esforzada:
A) “Cotidiana” porque hay errores que, si no se detectan al principio, pueden convertirse en grandes errores, incluso en errores irreparables. “Parvus error in principio magnus est in fine”, dice Aristóteles: “el pequeño error al principio es un error muy grande al final”. Sucede como con los barcos: un pequeño error en la trayectoria en su inicio (apenas un grado) supone una inmensa desviación al final del trayecto. Por eso no podemos dejar encubar y crecer problemas en nuestra vida: cuanto más tiempo lo dejemos, más aumentará su gravedad. Y esto puede evitarlo el examen diario: detectaremos los pequeños problemas a tiempo, y dejarán de ser problemas.
B) “Esforzada” porque hay que dedicar tiempo a esta labor. Hay que poner fuerza, esfuerzo en esta cuestión. Y esto es proporcional al valor que le demos: cuanto más importante consideremos este acto de examinar el rumbo de nuestra vida, más tiempo le dedicaremos. Y es que la vida moderna (en la que hay muchas mentes interesadas en lograr precisamente esto) pretende distraernos en multitud de cosas: imágenes, noticias, música, salidas, entradas, jaleos... haciéndonos olvidar algo sumamente importante: ¡¡nuestra propia vida!!
Una vez dicho esto... manos a la obra. Algunos consejos para examinarse:
A) Utilizar papel y boli: siempre hay que escribir para ordenar las ideas y verlas materializadas, para verlas en perspectiva y no olvidarlas. Al igual que hacemos con la lista de la compra o con la organización de los estudios... habrá que apuntar lo que va bien, lo que va mal, y lo que nos gustaría hacer o ser. Y guardar el papel para una próxima relectura y reflexión.
B) Elegir los distintos campos sobre los que nos vamos a examinar: la familia (cómo la cuido, qué hago para estar a gusto con ella, cómo colaboro en su alegría y servicio, qué posibles rencillas o enfados hay que subsanar, que cosas puedo cambiar de mi carácter para hacer la vida más agradable); los amigos (influencia que tienen para mí y yo para ellos, generosidad que mantenemos, si disfruto o no con ellos y ellos conmigo, si me ayudan a ser mejor persona o, en cambio, sacan lo peor de mí), estudios (si son los que quiero hacer, si le dedico tiempo e ilusión, si tengo un horario asequible y lo sigo con sacrificio, si debo buscar, por el contrario, un trabajo u otra línea de formación), aficiones (a qué cosas dedico tiempo y por qué, a qué hobbies o deportes puedo dedicar más esfuerzo o ilusión, si tengo ilusiones y las llevo a cabo), carácter y afectividad propias (cómo soy, qué defectos tengo y cómo mejorarlos, qué virtudes tengo y cómo puedo potenciarlas, qué sentimientos, ideas o presentimientos tengo y cómo puedo encauzarlos para el bien, qué me está intranquilizando o entristeciendo y cómo mejorarlo, que cosas me ayudan a descansar y a estar contento...), etc.
C) Buscar un momento y un lugar tranquilos: uno no puede reflexionar en cualquier sitio (una discoteca, por ejemplo, puede dificultarlo) ni a cualquier hora (en la hora de la siesta, por ejemplo, en la que posiblemente nos quedemos más dormidos que una marmota).
Con estas breves ideas, nos haremos un buen mapa del estado general de nuestra vida, “viéndola” reflejada y de modo concreto sobre un papel. Creedme que esto aparentemente tan inocente aporta muchas luces sobre uno mismo. Probadlo y me diréis.
4. ESTABLECER UNAS METAS EN LA VIDA
Una vez que hemos visto cómo estamos, cómo vamos conduciendo nuestra vida (qué cosas van bien y qué cosas van mal, qué hacemos y qué estamos dejando de hacer), deberemos plantearnos qué es lo que queremos de aquí al futuro. O, lo que es lo mismo, debemos fijarnos unas metas en la vida para llevar una vida lograda, satisfecha.
Estas metas pueden fijarse con las siguientes características:
A) En distintos campos: uno puede fijarse metas profesionales (eligiendo bien el objeto y la dedicación a los estudios), familiares (modos de mejorar la convivencia familiar o de descubrir el propio papel en ella), amorosos (búsqueda y desarrollo de un noviazgo saludable y feliz), sociales (pertenencia y participación en amistades, grupos sociales con intereses comunes), deportivos, intelectuales, de aprovechamiento del tiempo...
B) Priorizando según la importancia de las metas: hay que establecer un orden, una prioridad según la gravedad o importancia de estas metas. No es lo mismo “fracasar” en un examen de lengua (que puede tener una importancia menor o puntual) si también estamos “fracasando” en metas mucho más esenciales (malestar en la familia, por ejemplo, o una situación de hastío con los amigos más íntimos, o una necesidad imperiosa de mejorar la salud física). El orden en las ideas suele dar mucho descanso a la mente, y sabe distinguir lo importante para no dedicar nuestras energías a lo que es superfluo o tonto.
C) Asequibles aunque exigentes: en las metas que uno se propone hay que huir de dos excesos. El primero es la excesiva exigencia a la hora de fijar de las metas: uno no puede pasar inmediatamente de 0 a 100, puesto que se corre el riesgo de que el motor (en este caso, la persona), por falta de calentamiento o costumbre, se rompa con el inesperado esfuerzo. Habrá que establecer y conseguir metas progresivamente, irlas alcanzando poco a poco, y, una vez conseguidas, proponernos otras metas más altas. Por otro lado, tampoco se puede llegar a la pusilanimidad en las metas: tener unas metas tan fáciles o cercanas, que realmente no nos mejoramos, no avanzamos. Hay que combinar que las metas nos exijan un esfuerzo (razonable, no desmesurado), y que a la vez sean posibles, cercanas, realistas.
D) Concretas: las metas no pueden ser tan generales...que uno no sepa cómo llevarlas a cabo. Tienen que ser tangibles, concretas, palpables. Han de tener un objeto claro, y un momento y fecha bien definidos. Un simple ejemplo lo ilustrará. Alguien puede decir: “mi meta en la vida es ser corredor”; meta que es muy buena pero que... no es concreta. ¿Cuánto tiempo corre actualmente? “Nada”. Pues bien: si quiere ser corredor, y no pasar de 0 a 100, tendrá que fijarse otras metas más concretas y pequeñas (1. Conseguirme un cronómetro; 2. correr la primera semana 10 minutos al día; 3. aprender a hacer calentamientos antes y después de correr; 4. correr 20 minutos al día la segunda semana...).
5. DESARROLLAR UN PLAN DE ACCIÓN
Una vez que se han fijado las metas... ¡a llevarlas a cabo!
Con alegría, con sacrificio y con tranquilidad, hemos de dejarnos la piel por conseguir aquello que nos hemos propuesto. O, lo que es lo mismo: irnos a la cama con la tranquilidad (¡que es tan maravillosa y satisfactoria!) de haber hecho ese día todo lo que estaba en nuestra mano por mejorar nuestra vida. Seguro que hemos tenido otras veces la experiencia contraria: una mala conciencia (o conciencia culpable) que nos recrimina constantemente el no haber hecho esto o lo otro... ¡Cuánto cansan los remordimientos! ¡qué tristeza producen en nuestro interior! ¡qué de energías consume, y por qué laberintos más complicados nos conducen, como si de un círculo vicioso se tratara...!
En cambio, ¡qué paz cuando uno sabe -y lo sabe bien- que ha hecho todo lo que estaba en su mano! Qué descanso y qué alegría desbordante.
Por otro lado, otras sugerencias a la hora de “establecer la batalla” por cumplir las metas:
A) Examinarnos de ellas periódicamente, para no “dejarnos llevar” y arreglar lo que esté roto. Atajar los problemas en el momento preciso: que nosotros dominemos los problemas, y no los problemas a nosotros. Y para ello puede ser bueno revisar y evaluar las metas cada cierto tiempo, y a partir del papel que escribimos al principio: diariamente, una vez a la semana, una vez al mes...
B) No desanimarnos ante los primeros tropiezos: cuando uno inicia un camino, una batalla, no puede pretender -sería inmaduro- conseguirlo todo aquí, ya y ahora. Las cosas (sobre todo las más valiosas) tardan en dar sus frutos: hasta que uno no se ha equivocado varias veces no acierta a hacerlo bien. Si nos hubiéramos desanimado la primera vez (¡o las diez primeras veces!) que montamos en bici... hoy no sabríamos montar en bici. Y para ello es esencial la virtud de la paciencia, que forma parte de la fortaleza: hemos de ser lo suficientemente fuertes y maduros para no dejar de luchar con las primeras caídas.
C) Replantear las metas si fuera necesario: con el tiempo, es posible que descubramos que las metas se nos han quedado pequeñas o muy grandes. ¡No hay problema!: podemos adaptarlas a nuestra situación actual, después de un tiempo probando, y hacerlas más asequibles u oportunas. Esto lo iremos midiendo poco a poco, a base de experimentar nuestras capacidades personales.
6. DEJARSE AYUDAR
Finalmente, una última cuestión que creo es esencial: tener la sabiduría de pensar que no sabemos nada o casi nada. Es propio de los jóvenes (y aquí me incluyo el primero) pensar que todo lo podemos descubrir o hacer por nosotros mismos. Y esto es falso: nadie aprende nada sin una ayuda externa, mayor o menor. Todos necesitamos de personas que nos orienten, que nos aúpen para determinadas cosas. “Todo héroe ha tenido un buen maestro”.
Por ello, es esencial en la vida rodearse y aprender de buenos maestros: de gente que pueda conocernos bien, querernos mucho y, por lo tanto, de ayudarnos con suavidad y exigencia a la vez. Y esto pueden hacerlo personas de distintos ámbitos: familiares (¡¡la familia es el núcleo de la sociedad, donde se forman los principales valores de la persona, y que hay que cuidar como oro en paño!!), amigos (“dime con quién andas, y te diré quién eres”: hay que elegirlos bien, potenciando los buenos, y apaciguando los malos), profesores (según los caracteres y feelings que cada uno tenga), formadores, psicológos, sacerdotes, entrenadores...
Hemos de tener la valentía y la honestidad de ser sinceros con las personas en las que confiamos: contar nuestra intimidad para que los demás puedan ayudarnos. Y esto no es raro: muchas veces descubriremos que todos tenemos los mismos problemas desde el inicio de la Historia, y que no hay nada nuevo bajo el sol. Por ello, las soluciones están más que comprobadas, y los caminos que seguir bien trazados desde antiguo.
Y, para esto, os animo a tener conversaciones de altura y profundidad con frecuencia: hablar de fútbol y salidas está my bien... pero no nos aporta cosas esenciales en nuestra vida. Hablad -¡¡y hablad mucho!!- de temas tan interesantes como la muerte, la vida, la juventud, el amor, el sacrificio, la familia, el sexo, el trabajo, las inquietudes intelectuales, los sentimientos, la madurez...
A la vez, hemos de tener la humildad suficiente para dejarnos ayudar: el que bien nos quiere no dudará en exigirnos todo lo que haga falta para ayudarnos a ser mejores. Mal entrenador sería aquél que, por una falsa compasión hacia sus jugadores, no les hiciera correr mucho para adquirir una buena forma física... O mala madre sería aquella que, por temor a un llanto o un pucherito del hijo pequeño, no retirara de un manotazo los deditos que quieren meterse en el enchufe...
Finalmente, no hace falta tener un maestro para todo: uno puede tener un maestro para las aficiones, otro para las cuestiones familiares, otro para las profesionales, etc.
Pero, ¡tenedlo claro!: necesitamos un guía para caminar por esta vida. Ellos ven muchas cosas que nosotros no percibimos, o tienen más experiencia que nosotros y nos pueden ahorrar muchos descubrimientos...
7. CONCLUSIÓN
Serían muchos los matices y las explicaciones que todo lo que he dicho puede provocar. No es este el lugar ni el momento, aunque todo se andará poco a poco.
Espero que a alguno le haya servido todo lo de arriba para dar un empujón fabuloso en esta vida, y que ya esté encaminado en estas “batallas” tan estupendas que nos hacen crecer por dentro.
Os deseo lo mejor -como siempre-... ¡y contad con mi ayuda si fuera necesario!
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